BIENVENIDOS AL BLOG DEL GRUPO DE INVESTIGACIÓN DE DERECHO INTERNACIONAL DE LOS ESTUDIANTES DE LA FACULTAD DE DERECHO DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS. AQUÍ ENCONTRARÁN NOTICIAS ACERCA DE NUESTRAS ACTIVIDADES Y ÚLTIMAS NOVEDADES DE NUESTRO TALLER.

miércoles, 30 de abril de 2008

Discurso de Benedicto XVI ante la ONU el 21-04-08

Señor Presidente

Señoras y Señores

Al comenzar mi intervención en esta Asamblea, deseo ante todo expresarle a usted, Señor Presidente, mi sincera gratitud por sus amables palabras.
. Quiero agradecer también al Secretario General, el Señor Ban Ki-moon, por su invitación a visitar la Sede central de la Organización y por su cordial bienvenida. Saludo a los Embajadores y a los Diplomáticos de los Estados Miembros, así como a todos los presentes: a través de ustedes, saludo a los pueblos que representan aquí. Ellos esperan de esta Institución que lleve adelante la inspiración que condujo a su fundación, la de ser un «centro que armonice los esfuerzos de las Naciones por alcanzar los fines comunes», de la paz y el desarrollo (cf. Carta de las Naciones Unidas, art. 1.2-1.4). Como dijo el Papa Juan Pablo II en 1995, la Organización debería ser “centro moral, en el que todas las naciones del mundo se sientan como en su casa, desarrollando la conciencia común de ser, por así decir, una ‘familia de naciones’” (Nueva York, 5 de octubre de 1995, 14).

A través de las Naciones Unidas, los Estados han establecido objetivos universales que, aunque no coincidan con el bien común total de la familia humana, representan sin duda una parte fundamental de este mismo bien. Los principios fundacionales de la Organización –el deseo de la paz, la búsqueda de la justicia, el respeto de la dignidad de la persona, la cooperación y la asistencia humanitaria expresan las justas aspiraciones del espíritu humano y constituyen los ideales que deberían estar subyacentes en las relaciones internacionales. Como mis predecesores Pablo VI y Juan Pablo II han hecho notar desde esta misma tribuna, se trata de cuestiones que la Iglesia Católica y la Santa Sede siguen con atención e interés, pues ven en vuestra actividad un ejemplo de cómo los problemas y conflictos relativos a la comunidad mundial pueden estar sujetos a una reglamentación común. Las Naciones Unidas encarnan la aspiración a “un grado superior de ordenamiento internacional” (43), inspirado y gobernado por el principio de subsidiaridad y, por tanto, capaz de responder a las demandas de la familia humana mediante reglas internacionales vinculantes y estructuras capaces de armonizar el desarrollo cotidiano de la vida de los pueblos. Esto es más necesario aún en un tiempo en el que experimentamos la manifiesta paradoja de un consenso multilateral que sigue padeciendo una crisis a causa de su subordinación a las decisiones de unos pocos, mientras que los problemas del mundo exigen intervenciones conjuntas por parte de la comunidad internacional.
Ciertamente, cuestiones de seguridad, los objetivos del desarrollo, la reducción de las desigualdades locales y globales, la protección del entorno, de los recursos y del clima, requieren que todos los responsables internacionales actúen conjuntamente y demuestren una disponibilidad para actuar de buena fe, respetando la ley y promoviendo la solidaridad con las regiones más débiles del planeta. Pienso particularmente en aquellos Países de África y de otras partes del mundo que permanecen al margen de un auténtico desarrollo integral, y corren por tanto el riesgo de experimentar sólo los efectos negativos de la globalización. En el contexto de las relaciones internacionales, es necesario reconocer el papel superior que desempeñan las reglas y las estructuras intrínsecamente ordenadas a promover el bien común y, por tanto, a defender la libertad humana. Dichas reglas no limitan la libertad. Por el contrario, la promueven cuando prohíben comportamientos y actos que van contra el bien común, obstaculizan su realización efectiva y, por tanto, comprometen la dignidad de toda persona humana. En nombre de la libertad debe haber una correlación entre derechos y deberes, por la cual cada persona está llamada a asumir la responsabilidad de sus opciones, tomadas al entrar en relación con los otros. Aquí, nuestro pensamiento se dirige al modo en que a veces se han aplicado los resultados de los descubrimientos de la investigación científica y tecnológica. No obstante los enormes beneficios que la humanidad puede recabar de ellos, algunos aspectos de dicha aplicación representan una clara violación del orden de la creación, hasta el punto en que no solamente se contradice el carácter sagrado de la vida, sino que la persona humana misma y la familia se ven despojadas de su identidad natural. Del mismo modo, la acción internacional dirigida a preservar el entorno y a proteger las diversas formas de vida sobre la tierra no ha de garantizar solamente un empleo racional de la tecnología y de la ciencia, sino que debe redescubrir también la auténtica imagen de la creación. Esto nunca requiere optar entre ciencia y ética: se trata más bien de adoptar un método científico que respete realmente los imperativos éticos.

El reconocimiento de la unidad de la familia humana y la atención a la dignidad innata de cada hombre y mujer adquiere hoy un nuevo énfasis con el principio de la responsabilidad de proteger. Este principio ha sido definido sólo recientemente, pero ya estaba implícitamente presente en los orígenes de las Naciones Unidas y ahora se ha convertido cada vez más en una característica de la actividad de la Organización. Todo Estado tiene el deber primario de proteger a la propia población de violaciones graves y continuas de los derechos humanos, como también de las consecuencias de las crisis humanitarias, ya sean provocadas por la naturaleza o por el hombre. Si los Estados no son capaces de garantizar esta protección, la comunidad internacional ha de intervenir con los medios jurídicos previstos por la Carta de las Naciones Unidas y por otros instrumentos internacionales. La acción de la comunidad internacional y de sus instituciones, dando por sentado el respeto de los principios que están a la base del orden internacional, no tiene por qué ser interpretada nunca como una imposición injustificada y una limitación de soberanía. Al contrario, es la indiferencia o la falta de intervención lo que causa un daño real. Lo que se necesita es una búsqueda más profunda de los medios para prevenir y controlar los conflictos, explorando cualquier vía diplomática posible y prestando atención y estímulo también a las más tenues señales de diálogo o deseo de reconciliación.

El principio de la “responsabilidad de proteger” fue considerado por el antiguo ius gentium como el fundamento de toda actuación de los gobernadores hacia los gobernados: en tiempos en que se estaba desarrollando el concepto de Estados nacionales soberanos, el fraile dominico Francisco de Vitoria, calificado con razón como precursor de la idea de las Naciones Unidas, describió dicha responsabilidad como un aspecto de la razón natural compartida por todas las Naciones, y como el resultado de un orden internacional cuya tarea era regular las relaciones entre los pueblos. Hoy como entonces, este principio ha de hacer referencia a la idea de la persona como imagen del Creador, al deseo de una absoluta y esencial libertad. Como sabemos, la fundación de las Naciones Unidas coincidió con la profunda conmoción experimentada por la humanidad cuando se abandonó la referencia al sentido de la trascendencia y de la razón natural y, en consecuencia, se violaron gravemente la libertad y la dignidad del hombre. Cuando eso ocurre, los fundamentos objetivos de los valores que inspiran y gobiernan el orden internacional se ven amenazados, y minados en su base los principios inderogables e inviolables formulados y consolidados por las Naciones Unidas. Cuando se está ante nuevos e insistentes desafíos, es un error retroceder hacia un planteamiento pragmático, limitado a determinar “un terreno común”, minimalista en los contenidos y débil en su efectividad.

La referencia a la dignidad humana, que es el fundamento y el objetivo de la responsabilidad de proteger, nos lleva al tema sobre el cual hemos sido invitados a centrarnos este año, en el que se cumple el 60° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. El documento fue el resultado de una convergencia de tradiciones religiosas y culturales, todas ellas motivadas por el deseo común de poner a la persona humana en el corazón de las instituciones, leyes y actuaciones de la sociedad, y de considerar a la persona humana esencial para el mundo de la cultura, de la religión y de la ciencia. Los derechos humanos son presentados cada vez más como el lenguaje común y el sustrato ético de las relaciones internacionales. Al mismo tiempo, la universalidad, la indivisibilidad y la interdependencia de los derechos humanos sirven como garantía para la salvaguardia de la dignidad humana. Sin embargo, es evidente que los derechos reconocidos y enunciados en la Declaración se aplican a cada uno en virtud del origen común de la persona, la cual sigue siendo el punto más alto del designio creador de Dios para el mundo y la historia. Estos derechos se basan en la ley natural inscrita en el corazón del hombre y presente en las diferentes culturas y civilizaciones. Arrancar los derechos humanos de este contexto significaría restringir su ámbito y ceder a una concepción relativista, según la cual el sentido y la interpretación de los derechos podrían variar, negando su universalidad en nombre de los diferentes contextos culturales, políticos, sociales e incluso religiosos. Así pues, no se debe permitir que esta vasta variedad de puntos de vista oscurezca no sólo el hecho de que los derechos son universales, sino que también lo es la persona humana, sujeto de estos derechos.

La vida de la comunidad, tanto en el ámbito interior como en el internacional, muestra claramente cómo el respeto de los derechos y las garantías que se derivan de ellos son las medidas del bien común que sirven para valorar la relación entre justicia e injusticia, desarrollo y pobreza, seguridad y conflicto. La promoción de los derechos humanos sigue siendo la estrategia más eficaz para extirpar las desigualdades entre Países y grupos sociales, así como para aumentar la seguridad. Es cierto que las víctimas de la opresión y la desesperación, cuya dignidad humana se ve impunemente violada, pueden ceder fácilmente al impulso de la violencia y convertirse ellas mismas en transgresoras de la paz. Sin embargo, el bien común que los derechos humanos permiten conseguir no puede lograrse simplemente con la aplicación de procedimientos correctos ni tampoco a través de un simple equilibrio entre derechos contrapuestos. La Declaración Universal tiene el mérito de haber permitido confluir en un núcleo fundamental de valores y, por lo tanto, de derechos, a diferentes culturas, expresiones jurídicas y modelos institucionales. No obstante, hoy es preciso redoblar los esfuerzos ante las presiones para reinterpretar los fundamentos de la Declaración y comprometer con ello su íntima unidad, facilitando así su alejamiento de la protección de la dignidad humana para satisfacer meros intereses, con frecuencia particulares. La Declaración fue adoptada como un “ideal común” (preámbulo) y no puede ser aplicada por partes separadas, según tendencias u opciones selectivas que corren simplemente el riesgo de contradecir la unidad de la persona humana y por tanto la indivisibilidad de los derechos humanos.

La experiencia nos enseña que a menudo la legalidad prevalece sobre la justicia cuando la insistencia sobre los derechos humanos los hace aparecer como resultado exclusivo de medidas legislativas o decisiones normativas tomadas por las diversas agencias de los que están en el poder. Cuando se presentan simplemente en términos de legalidad, los derechos corren el riesgo de convertirse en proposiciones frágiles, separadas de la dimensión ética y racional, que es su fundamento y su fin. Por el contrario, la Declaración Universal ha reforzado la convicción de que el respeto de los derechos humanos está enraizado principalmente en la justicia que no cambia, sobre la cual se basa también la fuerza vinculante de las proclamaciones internacionales. Este aspecto se ve frecuentemente desatendido cuando se intenta privar a los derechos de su verdadera función en nombre de una mísera perspectiva utilitarista. Puesto que los derechos y los consiguientes deberes provienen naturalmente de la interacción humana, es fácil olvidar que son el fruto de un sentido común de la justicia, basado principalmente sobre la solidaridad entre los miembros de la sociedad y, por tanto, válidos para todos los tiempos y todos los pueblos. Esta intuición fue expresada ya muy pronto, en el siglo V, por Agustín de Hipona, uno de los maestros de nuestra herencia intelectual. Decía que la máxima no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti “en modo alguno puede variar, por mucha que sea la diversidad de las naciones” (De doctrina christiana, III, 14).
Por tanto, los derechos humanos han de ser respetados como expresión de justicia, y no simplemente porque pueden hacerse respetar mediante la voluntad de los legisladores.

Señoras y Señores, con el transcurrir de la historia surgen situaciones nuevas y se intenta conectarlas a nuevos derechos. El discernimiento, es decir, la capacidad de distinguir el bien del mal, se hace más esencial en el contexto de exigencias que conciernen a la vida misma y al comportamiento de las personas, de las comunidades y de los pueblos. Al afrontar el tema de los derechos, puesto que en él están implicadas situaciones importantes y realidades profundas, el discernimiento es al mismo tiempo una virtud indispensable y fructuosa.

Así, el discernimiento muestra cómo el confiar de manera exclusiva a cada Estado, con sus leyes e instituciones, la responsabilidad última de conjugar las aspiraciones de personas, comunidades y pueblos enteros puede tener a veces consecuencias que excluyen la posibilidad de un orden social respetuoso de la dignidad y los derechos de la persona. Por otra parte, una visión de la vida enraizada firmemente en la dimensión religiosa puede ayudar a conseguir dichos fines, puesto que el reconocimiento del valor trascendente de todo hombre y toda mujer favorece la conversión del corazón, que lleva al compromiso de resistir a la violencia, al terrorismo y a la guerra, y de promover la justicia y la paz. Además, esto proporciona el contexto apropiado para ese diálogo interreligioso que las Naciones Unidas están llamadas a apoyar, del mismo modo que apoyan el diálogo en otros campos de la actividad humana. El diálogo debería ser reconocido como el medio a través del cual los diversos sectores de la sociedad pueden articular su propio punto de vista y construir el consenso sobre la verdad en relación a los valores u objetivos particulares. Pertenece a la naturaleza de las religiones, libremente practicadas, el que puedan entablar autónomamente un diálogo de pensamiento y de vida. Si también a este nivel la esfera religiosa se mantiene separada de la acción política, se producirán grandes beneficios para las personas y las comunidades. Por otra parte, las Naciones Unidas pueden contar con los resultados del diálogo entre las religiones y beneficiarse de la disponibilidad de los creyentes para poner sus propias experiencias al servicio del bien común. Su cometido es proponer una visión de la fe, no en términos de intolerancia, discriminación y conflicto, sino de total respeto de la verdad, la coexistencia, los derechos y la reconciliación.

Obviamente, los derechos humanos deben incluir el derecho a la libertad religiosa, entendido como expresión de una dimensión que es al mismo tiempo individual y comunitaria, una visión que manifiesta la unidad de la persona, aun distinguiendo claramente entre la dimensión de ciudadano y la de creyente. La actividad de las Naciones Unidas en los años recientes ha asegurado que el debate público ofrezca espacio a puntos de vista inspirados en una visión religiosa en todas sus dimensiones, incluyendo la de rito, culto, educación, difusión de informaciones, así como la libertad de profesar o elegir una religión. Es inconcebible, por tanto, que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos –su fe– para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos. Los derechos asociados con la religión necesitan protección sobre todo si se los considera en conflicto con la ideología secular predominante o con posiciones de una mayoría religiosa de naturaleza exclusiva. No se puede limitar la plena garantía de la libertad religiosa al libre ejercicio del culto, sino que se ha de tener en la debida consideración la dimensión pública de la religión y, por tanto, la posibilidad de que los creyentes contribuyan la construcción del orden social. A decir verdad, ya lo están haciendo, por ejemplo, a través de su implicación influyente y generosa en una amplia red de iniciativas, que van desde las universidades a las instituciones científicas, escuelas, centros de atención médica y a organizaciones caritativas al servicio de los más pobres y marginados. El rechazo a reconocer la contribución a la sociedad que está enraizada en la dimensión religiosa y en la búsqueda del Absoluto –expresión por su propia naturaleza de la comunión entre personas privilegiaría efectivamente un planteamiento individualista y fragmentaría la unidad de la persona.

Mi presencia en esta Asamblea es una muestra de estima por las Naciones Unidas y es considerada como expresión de la esperanza en que la Organización sirva cada vez más como signo de unidad entre los Estados y como instrumento al servicio de toda la familia humana. Manifiesta también la voluntad de la Iglesia Católica de ofrecer su propia aportación a la construcción de relaciones internacionales en un modo en que se permita a cada persona y a cada pueblo percibir que son un elemento capaz de marcar la diferencia. Además, la Iglesia trabaja para obtener dichos objetivos a través de la actividad internacional de la Santa Sede, de manera coherente con la propia contribución en la esfera ética y moral y con la libre actividad de los propios fieles. Ciertamente, la Santa Sede ha tenido siempre un puesto en las asambleas de las Naciones, manifestando así el propio carácter específico en cuanto sujeto en el ámbito internacional. Como han confirmado recientemente las Naciones Unidas, la Santa Sede ofrece así su propia contribución según las disposiciones de la ley internacional, ayuda a definirla y a ella se remite.
Las Naciones Unidas siguen siendo un lugar privilegiado en el que la Iglesia está comprometida a llevar su propia experiencia “en humanidad”, desarrollada a lo largo de los siglos entre pueblos de toda raza y cultura, y a ponerla a disposición de todos los miembros de la comunidad internacional. Esta experiencia y actividad, orientadas a obtener la libertad para todo creyente, intentan aumentar también la protección que se ofrece a los derechos de la persona. Dichos derechos están basados y plasmados en la naturaleza trascendente de la persona, que permite a hombres y mujeres recorrer su camino de fe y su búsqueda de Dios en este mundo. El reconocimiento de esta dimensión debe ser reforzado si queremos fomentar la esperanza de la humanidad en un mundo mejor, y crear condiciones propicias para la paz, el desarrollo, la cooperación y la garantía de los derechos de las generaciones futuras.
En mi reciente Encíclica, he subrayado “que la búsqueda, siempre nueva y fatigosa, de rectos ordenamientos para las realidades humanas es una tarea de cada generación” (n. 25). Para los cristianos, esta tarea está motivada por la esperanza que proviene de la obra salvadora de Jesucristo. Precisamente por eso la Iglesia se alegra de estar asociada con la actividad de esta ilustre Organización, a la cual está confiada la responsabilidad de promover la paz y la buena voluntad en todo el mundo. Queridos amigos, os doy las gracias por la oportunidad de dirigirme hoy a vosotros y prometo la ayuda de mis oraciones para el desarrollo de vuestra noble tarea.

Antes de despedirme de esta ilustre Asamblea, quisiera expresar mis mejores deseos, en las lenguas oficiales, a todas las Naciones representadas en ella:
Paz y prosperidad con la ayuda de Dios!
Muchas gracias.

BENEDICTO XVI



Publicado originalmente en: http://www.diocesistoluca.org.mx/noticias/index.php?option=com_content&task=view&id=1590&Itemid=2

sábado, 12 de abril de 2008

Crimen sin Fronteras: La Amenaza del Terrorismo In

Escrito por Tony Medina Rivas Plata, miembro principal del TADI. Artículo publicado en http://www.proyectocoherencia.org/articulos/contenido.php?categoria=9&id=0.5774765605496754. Miércoles 26 de Marzo del 2008

Al parecer, la crisis andina desatada a raíz de la incursión colombiana en territorio ecuatoriano se extenderá por un buen tiempo. Era de esperarse; bastaba ver la famosa foto de Rafael Correa dándole la mano a Álvaro Uribe: "Esto no se va a quedar así" parecía decirle. En efecto, se halló el detonante con la ya probada muerte de un ecuatoriano en el campamento de las FARC. Con esta excusa se infló nuevamente un conflicto que ya parecía zanjado en la cumbre del Grupo de Río. Parece que el presidente ecuatoriano no ve, o no quiere ver, la nueva realidad del terror organizado. El ecuatoriano muerto por las Fuerzas Armadas Colombianas podía no ser necesariamente un terrorista; de hecho podía ser un contrabandista o un delincuente común cualquiera, pero parece que definitivamente era un colaborador de las FARC. Sea como sea, la realidad es que Correa buscaba alguna manera de no cerrar este conflicto y extenderlo aún más, apelando a la muerte de su compatriota. Imaginemos que cerca de la zona fronteriza un policía ecuatoriano encargado de vigilar un área aledaña a una empresa metalmecánica italiana que trabaja con funcionarios colombianos bajo supervisión china y cuya producción sea destinada al mercado tailandés con financiación de un banco de Gran Caimán hubiese muerto a manos de sicarios venezolanos por algún ajuste de cuentas, a la vez que se descubriera que dichos sicarios fueron contratados por la empresa. ¿Cómo determinarían las autoridades ecuatorianas la responsabilidad del asesinato? ¿A quién culpar? ¿A los venezolanos por dejar que agentes extranjeros violen su soberanía para matar a un compatriota? ¿A los chinos por hacerse de la vista gorda? ¿A los empresarios italianos por camuflar actividades ilícitas? ¿Qué diría el presidente Correa?

Mejor pongamos un ejemplo sobre algo que sí sucedió. Perú debería recordarle a Ecuador que el año pasado sus soldados mataron dentro de nuestro territorio a un peruano que traficaba combustible a través de la frontera, para posteriormente arrastrarlo hacia territorio ecuatoriano. Yo leí de casualidad el día de hoy esa noticia y no recuerdo que se haya producido un reclamo similar al respecto sobre esta flagrante violación a nuestra soberanía. Aquí pueden verla:
http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/html/2007-11-11/peruano_es_abatido_por_militar.html

El problema de fondo aquí es la ya no tan nueva forma que está asumiendo el crimen organizado; en este caso particular el terrorismo a escala global. Algunas voces en nuestro país consideran que el conflicto colombiano es un asunto que sólo concierne a ellos y que las FARC son un movimiento exclusivamente colombiano. Craso error. El terrorismo en el siglo XXI ya no tiene caracteres locales o nacionales, ya que su funcionamiento en red con otras actividades ilícitas como el narcotráfico y el contrabando hacen que aquél prácticamente no tenga fronteras. La misma afirmación puede extenderse a toda la criminalidad organizada.

Moisés Naím, autor del libro "Ilícito: Cómo contrabandistas, traficantes y piratas están cambiando el mundo" señala que las instituciones políticas que tenemos en el marco de Estados nacionales ya no tienen la capacidad de afrontar por sí solas el desafío de la criminalidad global. Un contrabandista puede un día comerciar con joyas, combustible, DVD´s piratas; al día siguiente vender armas por Internet a cualquier guerrilla, grupo paramilitar, terrorista o individuo común que las requiera y al día siguiente seguir con su vida de buen ciudadano con su perfectamente legal negocio de importación y exportación de alimentos; al día siguiente es capturado vendiendo armas nuevamente a un grupo armado y la prensa celebra su captura como una victoria sobre el terrorismo. Problemas globales requieren soluciones globales; en consecuencia, una transición hacia nuevas formas de integración y cooperación que nos permitan responder oportunamente a los desafíos que representa el nuevo crimen organizado. Precisamente por ser global, ahora la nacionalidad del criminal importa poco, ya que al no existir una jerarquía decisional claramente establecida al interior de estas redes, no se sabe hacia donde apuntar. Los grupos ilícitos se regeneran fácilmente por lo que estamos en un ajedrez caótico donde el rey se esconde permanentemente (si lo hubiera) y sólo los peones son derribados. Se puede comparar fácilmente el caso de Sendero Luminoso que vio caer toda su estructura logística por su modo de organización vertical tras la captura de Abimael Guzmán, mientras que las FARC han logrado sobreponerse a la captura de varios de sus líderes.

El caso de las FARC es realmente aleccionador. Clásicamente, los conflictos interestatales tenían una escalada previa que permitía ver lo que se avecinaba. El primero de marzo ningún ciudadano de a pie imaginaba lo que sucedería. Al día siguiente, tres países sudamericanos se hallan al borde de una guerra en la que sus vecinos del subcontinente no hubieran podido mantenerse neutrales. Las instituciones nacionales crean conflictos nacionales, así que un grupo terrorista cualquiera con sólo pasar de un lado a otro de la frontera puede cambiar de estatus en tanto no exista una realmente efectiva cooperación multilateral en materia de lucha antiterrorista y crimen organizado, conociendo sus efectivos puntos de encuentro.

En este sentido, los países sudamericanos, especialmente los de la región andina, deben tomar conciencia de los riesgos y amenazas comunes que estamos afrontando como subcontinente. Es necesaria una cooperación mutua y efectiva en temas de seguridad y defensa continental. Lamentablemente un escenario así se hace remoto aún, en primer lugar por la desconfianza mutua entre países que ha surgido a raíz de esta crisis. (Ya nadie puede negar la veracidad de la información de la computadora de Raúl Reyes, la cual a los pocos días permitió la captura del traficante de armas Víctor Bout en Tailandia, mientras iba a cerrar un negocio con las FARC; lo cual deja muchas sospechas sobre las verdaderas intenciones de los gobiernos ecuatoriano y venezolano) Otro problema para la cooperación es la polarización ideológica que ha producido en la región el movimiento bolivariano y la falta de una definición común de lo que es el terrorismo. Esto último es en realidad un problema mundial ya que ni siquiera a nivel de la ONU existe una definición común de lo que es.

Sin embargo, en ese sentido ya han comenzado a darse avances, precisamente a raíz del conflicto colombo-ecuatoriano. Uno de ellos es la propuesta brasileña de la creación de un Consejo Sudamericano que permita articular políticas de defensa comunes; una de ellas el fortalecimiento de la vigilancia de fronteras, lo cual permitiría evitar problemas como el iniciado el día 2 de marzo.

Debemos señalar que si bien estas iniciativas integradoras son saludables, nuestro país debe tener la capacidad bélica y logística para afrontar un reto de esta envergadura. Dicha capacidad debe fortalecerse tanto a nivel de vías de comunicación con el interior del país, capacidad de detección de radar así como aumentar y acelerar nuestra compra de armamento, articulando dicha compra de manera estratégica y acorde a los riegos y amenazas internas, externas, regionales y globales que afronta el Perú.

JOSEPH S. NYE. ESTADOS UNIDOS Y CHINA: MIEDO RECIPROCO

Por Joseph S. Nye, catedrático en la Universidad de Harvard, y autor del libro The Powers To Lead, en prensa. © Project Syndicate, 2008. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 20/01/08):

Los sondeos de opinión indican que la tercera parte de los estadounidenses creen que China “pronto dominará el mundo”, y casi la mitad piensa que la ascensión china es “una amenaza para la paz mundial”. A su vez, muchos chinos tienen miedo de que Estados Unidos no acepte su “ascensión pacífica”. Tanto estadounidenses como chinos deben evitar unos temores tan exagerados. La existencia de buenas relaciones entre los dos países será un factor clave para la estabilidad mundial en este siglo.Quizá la mayor amenaza contra la relación bilateral es la convicción de que el conflicto es inevitable. A lo largo de la historia, cada vez que una potencia en ascenso inspira miedo a sus vecinos y otras grandes potencias, ese miedo se convierte en causa de conflicto. En circunstancias así, hechos aparentemente menores pueden desencadenar una reacción en cadena imprevista y desastrosa.En la actualidad, la mayor posibilidad de que se produzca un incidente desestabilizador está en las complejas relaciones entre una y otra orilla del Estrecho de Taiwan. China, que considera que Taiwan es parte integrante de su territorio y que se esconde tras la marina estadounidense desde la época de la guerra civil en el país oriental, ha prometido responder por la fuerza a cualquier declaración de independencia por parte de la isla.Estados Unidos no pone en tela de juicio la soberanía china, pero quiere un acuerdo pacífico que mantenga las instituciones democráticas de Taiwan. En el propio Taiwan está cada vez más extendido el sentimiento de identidad nacional, pero hay una clara división entre los pragmáticos de la “alianza pan-azul”, que comprenden que la geografía les exige llegar a algún acuerdo con la China continental, y la “alianza pan-verde” que gobierna en la actualidad y que aspira, en distintos grados, a lograr la independencia.Los dos sectores se enfrentarán en las elecciones presidenciales de Taiwan el 22 de marzo. Los últimos sondeos indican que el ex alcalde de Taipei, Ma Ying-jeou, del Kuomintang (KMT), va por delante de Frank Hsieh, del Partido Progresista Democrático (PPD), hoy en el Gobierno. Pero algunos observadores temen que el presidente saliente, Chen Shui-bian, del PPD, busque un pretexto para impedir la derrota del bando partidario de la soberanía. Chen ha propuesto un referéndum para decidir si Taiwan debe entrar en la ONU, un paso que China considera provocador. Pero él responde que es China “la que está actuando de forma provocadora”.Estados Unidos está claramente preocupado. Hace poco, la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, dijo en una rueda de prensa que “creemos que elreferéndum para decidir si se solicita la entrada en la ONU con el nombre de ‘Taiwan’ es una medida provocadora. Suscita tensiones innecesarias en el Estrecho de Taiwan y no aporta ventajas reales a la población taiwanesa en el ámbito internacional”. Asimismo Rice repitió que su Gobierno mantiene una política de oposición a “la amenaza unilateral de alterar el statu quo por parte de cualquiera de los dos bandos”.Ese mismo día, el secretario de Defensa, Robert Gates, criticó a China por haber interrumpido inesperadamente las visitas de buques estadounidenses a puertos chinos debido a las ventas de armas de Estados Unidos a Taiwan. Según Gates, había explicado a las autoridades chinas que las ventas de armas eran coherentes con anteriores políticas y que “mientras siguieran acumulando fuerzas en su orilla del Estrecho de Taiwan, seguiríamos proporcionando a Taiwan los recursos necesarios para defenderse”. Sin embargo, Gates añadió que, pese al incremento del presupuesto de defensa chino, “no considero que China sea un enemigo, y creo que existen oportunidades de cooperación permanente en varias áreas”.En principio, la cuestión de Taiwan no tiene por qué desembocar en conflicto. Teniendo en cuenta los cambios cada vez mayores que están produciéndose en China y el aumento de los contactos económicos y sociales entre ambas orillas del Estrecho, debe ser posible encontrar una fórmula que permita a los taiwaneses conservar su economía de mercado y su sistema democrático sin tener un letrero en la ONU.Hasta ahora, Estados Unidos ha intentado hacer posible este camino mediante la insistencia en dos límites muy claros: nada de independencia para Taiwan y nada de uso de la fuerza para China. Pero, con el peligro de que haya incidentes derivados de la rivalidad política en Taiwan y la impaciencia creciente del Ejército de Liberación del Pueblo en el continente, Estados Unidos debería promover negociaciones y contactos más activos entre las dos partes.Estados Unidos tiene un interés nacional de tipo general en mantener buenas relaciones con China y un interés específico, desde el punto de vista de los derechos humanos, en proteger la democracia de Taiwan. A Estados Unidos no le interesa ayudar a que Taiwan se convierta en un país soberano con un escaño permanente en la ONU, y los intentos actuales de algunos taiwaneses en ese sentido representan un grave error de cálculo y el mayor peligro de que se cree la enemistad entre Estados Unidos y China.Ya hay algunos chinos que sospechan que los estadounidenses aspiran a tener un Taiwan independiente que constituya “un portaaviones imposible de hundir” y susceptible de ser utilizado contra un futuro enemigo chino. Se equivocan, pero tales sospechas pueden alimentar un clima de enemistad.Si Estados Unidos trata hoy a China como enemigo, se asegurará un futuro de enemistad. Aunque no podemos saber con exactitud cómo va a evolucionar China, no tiene sentido hacer imposible la perspectiva de un futuro mejor. La política estadounidense actual combina la integración económica con una salvaguarda contra la futura incertidumbre. La alianza de seguridad Estados Unidos-Japón hace que China no pueda jugar con “la carta de Japón”. Pero, aunque utilizar ese tipo de protecciones es natural en la política mundial, la modestia es importante para ambos bandos. Si el clima general es de desconfianza, lo que a un lado le parece una salvaguarda al otro puede parecerle una amenaza.No hay ninguna necesidad de que Estados Unidos y China entablen una guerra en este siglo. Ambas partes deben cuidar de que un incidente a propósito de Taiwan no acabe llevándoles en esa dirección. Los estadounidenses y los chinos tienen que evitar que unos temores exagerados acaben engendrando una profecía autocumplida.